¿Por qué tanto odio en Facebook?

El tema es trend topic en las redes: niños con cáncer expuestos a la vergüenza pública, un concejal amonestado por hacer sarcasmo de las víctimas del terrorismo, individuos incontrolados que insultan, acosan, amenazan y vejan a políticos, personajes de la farándula, colegiales, compañeros de trabajo, ex-parejas, funcionarios públicos y en general, a cualquiera que se les ponga por delante. No solo llama la atención en los medios -hasta el mismo Iker Jiménez lo saca en sus programas de conspiranoia y misterio-. También preocupa a las autoridades públicas, no solo por la dificultad de perseguir penalmente este tipo de actos vandálicos, sino por razones que atañen a las mismas bases jurídicas y materiales sobre las que se cimenta nuestro sistema social y de libertades ciudadanas.

Por un lado, estos exabruptos de odio por parte de individuos aparentemente normales ponen de manifiesto hasta qué punto la sociedad formada en el catecismo de la corrección política se mantiene dentro de sus límites únicamente por conveniencia y gracias a la coerción. En la Web 2.0, donde no hay control, las pacíficas ovejas no tienen ningún reparo para convertirse en chacales cuando se presenta la oportunidad. Y al final, va a resultar que este sistema de valores tan progresista y humanitario no se diferencia en nada de todos los que le precedieron, basados en el autoritarismo y la fuerza bruta. El hombre es malo por naturaleza: lo hacen bueno las Fuerzas de Seguridad del Estado.

Más grave todavía; la difusión de estas oleadas de odio revela una inoperancia casi total de la Administración de Justicia y la policía para combatirlas, en la mayor parte de los casos incluso para localizar y castigar a los instigadores. Tratándose de un conflicto de pareja o cuando el acosador es conocido -como en el caso de Guillermo Zapata y sus comentarios injuriosos sobre Irene Villa-, no suele haber problema. El objetivo está a la vista y se puede proceder contra él, mediante testigos, pruebas periciales, declaraciones o lo que haga falta. El problema comienza cuando el autor de las injurias escribe bajo seudónimo o alega que le hackearon la cuenta. En estos casos es preciso conocer la IP vinculada al comentario. Esa información solo la tiene Facebook.

Sin embargo Facebook no da facilidades. Sus personas de contacto tienen nombres, pero no apellidos. Gran parte de las reclamaciones son rechazadas mediante la escueta respuesta: «Facebook no ha encontrado que los comentarios a los que usted se refiere estén vulnerando las normas de uso». A menudo es necesario un farragoso cruce de mensajes antes de llegar hasta el responsable de tramitar las reclamaciones. Y finalmente, cuando el Fiscal o el abogado de una parte damnificada logran exponer su caso, la respuesta oficial vuelve a poner a todo el mundo en el punto de partida: «Este departamento tiene su sede en Estados Unidos. Les recomendamos que canalicen su trámite a través del Ministerio de Justicia mediante una comisión rogatoria».

El fenómeno no es específico de España. También sucede en otros países. Todo esto socava el poder de los gobiernos, y es precisamente ahí donde se encuentra la parte substancial del problema. Una vez más, el progreso de las tecnologías de la información hace visibles las limitaciones del sistema de estados nacionales surgidos de los tratados de paz de Westfalia de 1648: dentro de sus fronteras, el Príncipe puede hacer lo que quiera; pero fuera de ellas es harina de otro costal. Lo más interesante en todo este asunto, sin embargo, no son las declaraciones de los ministros de Interior, ni las operaciones mediáticas de la Judicatura, ni los programas de Iker Jiménez, sino lo que sucede en el interior de los servidores de Facebook.

La empresa con sede en Menlo Park utiliza algoritmos automáticos para combatir el uso indebido de su plataforma -terrorismo, odio, spam, etc.-. Ello explica por qué a veces las intervenciones para solucionar un problema de acoso son tan extrañas, borrándose, por ejemplo, las cuentas de las víctimas pero no la de sus agresores. Las máquinas tienen capacidad de procesar estadísticamente el lenguaje utilizado, pero no para diferenciar entre buenos y malos en base a sentimientos empáticos o mediante un juicio moral.

Hay otra razón por la cual Facebook no se esfuerza como debiera en la persecución del odio. Es desagradable tener que decirlo pero uno no ve otra explicación posible: los comentarios bizarros y desgradables generan grandes volúmenes de tráfico. Y eso es precisamente de lo que vive Facebook. De ahí las largas a usuarios, jueces y fiscales. Y también la razón de que las páginas de las cuales hay que descargar los formularios para las protestas y las denuncias penales sean tan difíciles de encontrar en Internet.

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