Ortuzar no tiene vergüenza
El PNV ha cultivado durante décadas una imagen de discreción, sobriedad y austeridad, una forma de hacer política basada en el perfil bajo, la prudencia pública y la distancia respecto al espectáculo partidista. Precisamente por eso sorprende y desentona la trayectoria reciente de Andoni Ortuzar, cuya salida de la presidencia del partido ha desembocado en un aterrizaje encadenado en el sector privado que rompe con esa tradición histórica.
Su incorporación al consejo de administración de Telefónica Audiovisual Digital, matriz de Movistar Plus+, es solo el último paso. Antes ya había sido fichado como asesor externo por PwC, uno de los grandes gigantes internacionales de la consultoría. La coincidencia entre su salida de la política activa y su rápida integración en compañías con intereses regulados plantea un contraste evidente con los valores de contención y reserva que el PNV siempre ha reivindicado.
El caso se vuelve aún más llamativo por el contexto en el que se produce esta llegada. El consejo de Movistar Plus+ está presidido por Javier de Paz, figura histórica dentro del entorno socialista, con una relación personal ampliamente conocida con José Luis Rodríguez Zapatero, y un perfil político-empresarial que lleva casi veinte años influyendo en la estructura de poder de Telefónica.
Su papel en la reconfiguración del órgano de gobierno de la filial audiovisual refuerza la sensación de un ecosistema donde la intersección entre política y empresa es cada vez menos opaca. Sin olvidar que el principal accionista de Telefónica es actualmente el propio Gobierno de España.
En este escenario, el fichaje de Ortuzar parece menos un reconocimiento profesional y más una “continuidad natural” de esas puertas giratorias que tantos recelos generan entre la ciudadanía. Y más aún cuando se produce en plena fase de reestructuración interna de Telefónica, con decisiones laborales de enorme impacto sobre miles de trabajadores.
No es la primera vez que un dirigente político acaba reubicado en el sector privado. Pero el caso de Ortuzar es particularmente simbólico porque roza directamente la fibra de un partido que siempre ha presumido de hacer las cosas de otra manera. La rapidez del tránsito y la naturaleza de los cargos hacen difícil encajarlo en la imagen tradicional del PNV: la del partido que supo construir influencia sin exhibicionismo, poder sin estridencias y liderazgo sin ostentación.
El resultado, al menos en lo que respecta a la percepción pública, es demoledor: Ortuzar no solo rompe con la austeridad que tantas veces reivindicó su formación, sino que alimenta exactamente las dinámicas que el PNV siempre ha querido diferenciar de sí mismo. La sensación que transmite para el común de los ciudadanos es de degradación de lo político, que parece haberse convertido más en un negocio para los que lo practican que en una actividad en pro del bien común.
