Mi experiencia como rider de Glovo: el mejor trabajo de mi vida

El confinamiento de marzo me pilló solo en casa, lo que unido a mi rebeldía natural me llevó a una búsqueda desesperada de una «salida». Cuando observé la libertad con que circulaban los riders, no tardé nada en buscar la web de Glovo para mandarles mi candidatura. Se mezclaban las ganas de «contarlo» con las de escapar de casa y hacer deporte al aire libre. Y he de reconocer que ha sido el trabajo por cuenta ajena que más me ha gustado de toda mi vida. Hay mucho que contar.

El proceso de inscripción fue muy sencillo. Tan solo me preguntaron si tenía bicicleta y era autónomo. No sé qué tipo de análisis hicieron pero una semana después me llamaron para preguntarme, con cierta desesperación, si podía empezar de forma inmediata.

¿Por qué tenían tanta prisa?
Con el tiempo lo descubrí. Resulta que el 90% de los riders son venezolanos y que gran parte de ellos no tienen los papeles en regla, por lo que utilizan las cuentas de Glovo de otros («cuentas alquiladas», en el argot). La policía estaba por doquier y paraba a muchos repartidores, por lo que los ilegales se quedaron en casa. De la noche a la mañana, Glovo se había quedado sin riders. Y me necesitaban…

¿Por qué me gustó tanto el trabajo?
Para empezar, porque solo le dedicaba 2-3 horas al día y no me daba tiempo a cansarme. Después, porque era la primera vez en mi vida que me pagaban por hacer deporte. Además, porque las calles estaban vacías y yo me sentía libre para ir a donde quisiera y por donde quisiera, aunque fuera en dirección contraria. Y finalmente porque este trabajo me permitía conocer todos los días nuevos restaurantes y, algo muy importante, cómo piensa la gente. Nunca me habría imaginado cuánta gente hay dispuesta a pagar 15 euros por un paquete de tabaco a las 10 de la noche.

¿Me pagaban bien?
Definitivamente no. Nunca llegaba a los 10 euros por hora y pocas veces superaba el salario mínimo español (7,43 euros/hora, sin incluir la seguridad social), por muy rápido que fuera. Es verdad, eso sí, que los que utilizan bicicletas eléctricas van a mayor velocidad. Por si fuera poco, durante el confinamiento, Glovo rebajó unilateralmente (más sobre el tema contractual más adelante) lo que cobran los riders por cada entrega. Este problema lo podrían resolver, mediante propinas, los clientes, a los que se informa siempre cuánto va a cobrar el repartidor. Pero apenas me las dieron. Recuerdo especialmente el caso de un alto directivo del banco de inversión Lazard que vivía en uno de los mejores edificios de la ciudad y al que llevé un menú de 70 euros de un buen restaurante. No me dio ni las gracias.

¿Me sentía como un infiltrado?
La verdad es que sí. Las ganas de contar lo que supone ser un rider, uno de los trabajos peor pagados hoy en día en España, podían casi tanto o más que las de salir de casa y sentirme libre. Además, no soy el primero que lo hace, aunque mi ánimo era menos ideológico, puesto que yo soy emprendedor y soy consciente también del enorme esfuerzo que supone poner una empresa en marcha.

¿Y qué descubrí?
Todos los días pensaba en el modelo de negocio y en cómo se podía mejorar. Y he llegado a la conclusión de que un trabajo tan importante no puede estar en mano de startups que solo buscan crecer a toda costa para venderse al mejor postor. La gestión de Glovo es nefasta, por todas estas razones:

  • Hay cero empatía con el repartidor. Glovo solo manda emails estándar y no muestra ni el menor interés por saber cómo les va a los profesionales que emplea. No es la mejor práctica para retener al personal.
  • No hay un manual del trabajo. Es incomprensible que, al comenzar, no se entreguen unas instrucciones teniendo en cuenta la enorme cantidad de incidencias que ocurren y que deberían estar perfectamente procedimentadas. Entre otros «imprevistos» recuerdo los siguientes: fui a recoger un pedido a un restaurante que llevaba dos meses cerrado, fui a hacer entregas a direcciones que venían sin piso (¿a qué timbre llamas?), fui a recoger un pedido que teóricamente se había llevado otro repartidor («robo de pedido», algo que resulta muy habitual según me enteré después), entregué la comida de un cliente a otro (me habían dado dos pedidos para entregar en un mismo viaje) o la app dejó de funcionar durante varias horas sin que nadie diera ninguna explicación (yo descubrí que era un problema de Google Maps buscando en Internet).
  • Cada vez que ocurría una incidencia no disponía de un teléfono para resolverla debiendo utilizar un chat en el que no siempre había alguien para atenderme y la velocidad de la respuesta brillaba por su ausencia. Para temas menos urgentes era posible enviar un email, pero una vez más, la respuesta queda a su discreción.
  • El material de trabajo (una mochila y un soporte para el móvil) es de pago (25 euros) y no me dieron en ningún momento la opción de rechazarlo. Es incomprensible que con el envío de la mochila, en pleno confinamiento, no me enviaran ni una mascarilla para protegerme a mí y a los clientes. A mi juicio, esto roza lo delictivo («omisión de normas de prevención de riesgos laborales»).
  • La app funciona igual que el peor de los jefes. Está constantemente mandando molestos avisos de que hay horas disponibles, cuando en realidad la mayor parte de las veces hay gente que las ha cogido antes, muchas veces con programas informáticos diseñados expresamente para ello («bots» en el argot).
  • Varias veces tuve que recoger pedidos de mucho peso (imagínate que llenas la mochila de tres bolsas grandes de supermercado que incluyen cajas de leche y similares) que es prácticamente imposible llevar en una bicicleta sin correr riesgos. Si estuvieran bien organizados, ellos lo debían haber sabido pues me los entregaban en un Glovo Market (un supermercado de la compañía). Una vez más, una verdadera irresponsabilidad por su parte.
  • Si un restaurante se retrasa en prepararte el pedido, apenas cobras por la espera. Recuerdo haber estado, en pleno confinamiento, más de una hora frente a un Goiko junto a varias decenas de repartidores sin protección alguna. Glovo debería cobrar a estos restaurantes una penalización especial y abonársela a los repartidores.
  • Hay grupúsculos (por no utilizar un nombre más feo) que controlan las cuentas con mejor puntuación, las más antiguas y que son por ello las que reciben más pedidos. Esto lo hacen con el beneplácito de Glovo, que sabe que estos repartidores nunca se van a quejar. Por ello, es muy difícil entrar hoy en día como nuevo repartidor y conseguir trabajo.
  • El funcionamiento de las cancelaciones de los pedidos es otra muestra de que el repartidor es el último mono. Me ocurrió un par de veces, cuando ya llevaba varios kilómetros recorridos, y lo que pagan como compensación es insultante (algo más de un euro). El problema de fondo es que muchas cancelaciones se producen porque el cliente lleva mucho tiempo esperando porque el restaurante no da abasto o porque Glovo no asignó el pedido con celeridad (no había repartidores disponibles).

¿Me sentí útil para la sociedad?
El reparto a domicilio se consideró rápidamente como «servicio esencial». Y con razón. Además de llevar caprichos variados (lo que más transporté fueron paquetes de tabaco por la noche), tuve que subirle la comida del supermercado a una señora mayor, trasladar orina para su análisis desde un domicilio particular a un laboratorio, llevar un audífono para su reparación y entregar los pasteles de un cumpleaños. Así que los días que pedaleé a las 8 de la tarde sentí que los aplausos también iban destinados para todos los riders.

¿Qué tal los compañeros de trabajo?
Las conversaciones con los otros repartidores, generalmente cuando se espera a que el pedido esté preparado, han sido una delicia. La mayor parte de los riders son venezolanos con estudios superiores que han tenido que salir por patas de su país y que están encantados de contarte su historia personal. Por poner dos ejemplos, charlé con un ex miembro de la orquesta sinfónica del país y con uno de los mejores fotoperiodistas de Caracas. El 7% de la población de Venezuela ha dejado su país y muchos, los mejor formados, han terminado en España.

Lo digo, además, porque el trato de muchos clientes hacia el rider, propinas aparte, se parece al de un apestado. Una de cada tres veces ni me abrían la puerta y me pedían que dejara el pedido en el felpudo. Pero la mayor parte de los riders son simplemente personas que tienen que aceptar el primer trabajo que les permite vivir. Por su origen, odian a Podemos y a todo lo que tenga que ver con Chávez.

Además de excelentes e inquietos compañeros de trabajo, es cierto que a muchos de ellos la regulación de su labor les pondría en una situación más complicada aún, lo que probablemente explica el limbo jurídico actual. Tal y como reconoce un reciente informe de UGT, «una inmensa proporción de repartidores son explotados en situación administrativa irregular». Pero no tienen otra opción y nadie se la va a dar. Es lo que se llama «patata caliente«.

¿He sido empleado por cuenta ajena o autónomo?
Este es el debate que subyace a la relación entre Glovo y sus repartidores. En mi caso, con las pocas horas que repartía al día, creo que es lógico que opere como un autónomo. Pero los repartidores que viven de este trabajo y que dependen por completo de Glovo deberían estar en plantilla.

Y éstas son mis razones, algunas de las cuales he tomado de la reciente sentencia del Tribunal Supremo que declara «falso autónomo» a Isaac Cuende:

  • Los riders dependen por completo de Glovo, que es quien les proporciona trabajo o no. Yo estuve varias veces con la hora reservada sin que llegara ningún pedido, especialmente cuando no pulsaba el botón de «Autoaceptación de pedidos». También he estado varios meses sin que Glovo me permita trabajar porque en verano simplemente no hay pedidos suficientes para todos los riders. El control que suponen la app y su algoritmo son prácticamente totales: si dejas de trabajar, aunque sea porque estás enfermo, como le sucedió al protagonista de la sentencia, tu puntuación baja y te dejan de ofrecer pedidos.
  • El rider apenas tiene que pagar 25 euros para poder trabajar. La inversión es ridícula. Por otro lado, el precio de su trabajo lo pone Glovo a su antojo y también es la startup la que cobra directamente a sus usuarios y a los restaurantes (una media del 30% de cada pedido). No hay negociación alguna entre proveedor y cliente.
  • Cuando marcas una hora para estar disponible y no te llega ningún pedido, cosa que sucede con cierta frecuencia, no cobras nada. Esto explica por qué se ven tantos riders cerca de los restaurantes más populares por la noche. Están esperando pedidos y saben que solo ganarán dinero si les llega alguno, cosa que es más factible si están más cerca del punto de recogida.
  • Glovo te fuerza indirectamente a realizar entregas en las horas punta (de 9 a 11 de la noche los fines de semana). Si no lo haces, el algoritmo te penaliza. Este es uno de los puntos que la reciente sentencia del Tribunal Supremo marca como más evidentes de la existencia de una relación de falsa autonomía.
  • El contrato de prestación de servicios entre rider y Glovo tiene cláusulas abusivas que incluso creo que en algún caso son ilegales (por tanto, nulas). Mi contrato dice por ejemplo que tengo derecho a cogerme 18 días de vacaciones al año pero… sin remuneración. Otra cláusula ilegal es la que permite a Glovo resolver tu contrato si les criticas («comentarios negativos»), especialmente en las redes sociales, que efectivamente es lo que estoy haciendo yo en este artículo. También te pueden echar si te retrasas más de tres veces en un mes en la prestación del servicio, sin que en ningún momento especifiquen cuál es ese tiempo normal de entrega.

¿Cómo plantearía yo un negocio de este tipo?
Creo que hay mucho espacio para este tipo de transporte de comida y cosas urgentes, pero con mayor responsabilidad social. Hay ya varias compañías que contratan a los riders y les dan los derechos de cualquier trabajador, aunque sigue quedando el problema de los horarios de máxima demanda y del incentivo motivacional, además de que existen muchos repartidores que prefieren el modelo «autónomo». Este sería mi planteamiento:

  • En el caso de los asalariados, los incentivos por productividad (más repartos en menor tiempo) deberían ser un plus sobre un salario base que dé para vivir al que se dedica a ello. Cada compañía tipo Glovo debería tener un número mínimo de trabajadores con contrato para sus servicios básicos, los que no varían semana tras semana.
  • Debería haber un espacio para el trabajo autónomo pero con condiciones distintas: la plataforma debería ser una especie de subasta que busca en todo momento el equilibrio de precios entre empresa y repartidores, con un precio mínimo. Esto eliminaría también la absurda necesidad de reservar horarios de manera previa, que es otro síntoma de la laboralidad. Digamos que yo podría trabajar en momentos puntuales y solo si el precio que negocie mi interesa. Además, esta plataforma sería preferible que fuera gestionada por un tercero (no por Glovo), idealmente una empresa de desarrollo de software, para garantizar su independencia.
  • La plataforma debería servir, siguiendo el modelo de Airbnb, para que los clientes evalúen la entrega y también al revés, para que los repartidores puedan valorar a los que hacen los pedidos. Esto incentivaría las propinas, que sí que son un pago directo típico del trabajo autónomo, y el mejor trato al rider. La puntuación de cada repartidor debería estar especialmente vinculada a estas valoraciones. Tengo la sensación de que los modelos tipo Glovo funcionan mejor en otros países en que sí se dan propinas.
  • Debería formarse a los riders y proporcionarles herramientas de seguridad laboral. Digamos que para poder salir a la calle a repartir debería existir una especie de carnet capacitador. A priori es fácil el trabajo, pero ocurren muchas incidencias imprevistas y a día de hoy el repartidor se tiene que buscar la vida en la calle. Evidentemente, las autoridades tendrían que controlarlo para evitar que haya bandas, abundantes hoy en día, de riders que utilizan cuentas de terceros.
  • Alguien tiene que inventar un sello de «inversión responsable» que permita competir en este mercado a empresas que tienen modelos más beneficiosos para la sociedad. El capital riesgo no debería entrar en empresas socialmente poco responsables, como es el caso de Glovo. Es una startup que no estaría operando de no ser por este tipo de inversores: en 2018 ingresó casi 59 millones de euros y perdió algo más de 60 millones. No podemos meter en el mismo cajón a startups que innovan con otras que basan su modelo en la explotación de personas.

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