La historia de los jabones vascos: Chimbo, Bilore y Lagarto

Hubo un tiempo en que Euskadi era el templo de los productos de limpieza. A la vizcaína Chimbo, la única que mantiene su sede en Bilbao, hay que sumar las guipuzcoanas Bilore y Lagarto, que sobreviven como marcas aunque ya sin relación con el País Vasco.

La más antigua es Chimbo, nacida en 1863 de la mano de los hermanos José y Bartolomé Tapia Ugarte, que después la dejarían en manos de su sobrino Víctor Tapia Buesa. De ahí que el nombre de la compañía fuera «Antigua Jabonera Tapia y Sobrino».

El negocio fue viento en popa, hasta el punto de que Víctor Tapia y su mujer, Dolores Sainz, pudieron conformar un emporio económico que incluía participaciones importantes en el Banco de Vizcaya y que, a su muerte, se transformó en una fundación que sigue figurando entre los máximos accionistas de Iberdrola. La fábrica fue derribada en 1996 pero sigue existiendo la marca, que aparentemente compra el producto a otra firma.

El Chimbo fue un jabón que marcó época porque fue el primero en España fabricado en porciones troqueladas para uso doméstico. Pronto competiría con otro producto vasco, el Lagarto, una marca de la firma donostiarra Lizariturry y Rezola (Liresa), fundada en 1860 y dedicada inicialmente a todo tipo de productos químicas. Además de en San Sebastián, tenía planta en Lasarte.

Su especialidad eran las bujías esteáricas y de parafina, las glicerinas, la lejía en polvo y los jabones comunes de todas clases. Además de Lagarto, en su catálogo de marcas figuraban Vasconia, Guris, Cantabria y Estrella del Norte, para lo que contó con la ayuda de un científico alemán, Peter Krebitz, que le cede sus patentes para su uso en España.

Al margen del producto, la gran virtud de Liresa fue la utilización de la publicidad, hasta el punto de que sus carteles, diseñados por el artista madrileño Pedro Antequera, llegaron a ser iconos de la época. La empresa, que llegó a ser incluida entre las «grandes industrias nacionales, terminaría abandonando sus productos no relacionados con la limpieza para centrarse en jabones y similares.

En 1971 Lizariturry y Rezola abre una planta en Zaragoza para suministrar detergente en polvo, especial para lavadoras, un electrodoméstico que se estaba entonces popularizando en España. Las fábricas de Lasarte y San Sebastián terminarían cerrándose, al parecer por la presión terrorista, quedando toda la actividad centralizada en Aragón.

Y en los noventa se produce otro cambio. La crisis arrastra al fabricante de detergentes y fuerza su venta a Euroquímica, una firma toledana que se estaba haciendo fuerte en los productos de limpieza. Es ésta la que controla hoy la marca Lagarto, que se sigue produciendo en Zaragoza.

En sus buenos tiempos, Lizariturry y Rezola llegó a construir viviendas y un economato para sus trabajadores y hasta una caja de previsión que hacía las funciones que hoy realiza la Seguridad Social. Algo similar ocurrió con Bilore, firma nacida en 1897 en Ordizia, aunque en el siglo XX se trasladó a la cercana Zaldibia, donde todavía hoy se mantiene la antigua fábrica.

Aunque los socios fundadores, los herederos de José Gregorio Arana Goicoechea, aguantaron hasta el siglo XXI, la compañía terminó como el rosario de la aurora, con demandas entre gestores y accionistas, incluida una por quiebra fraudulenta. Y eso que en los últimos años había entrado en su capital el Gobierno Vasco en el marco de una restructuración en la que intervino también el entonces célebre Manuel Luque, que se había hecho famoso anunciando Colón. El tema llegó hasta el Parlamento de Vitoria-Gasteiz.

Facturaba entonces la friolera de 139 millones, que le convertían en una de las mayores empresas de Gipuzkoa, y tenía plantas en Francia y Lucena (Córdoba), además de la de Zaldibia. Hubo una opción de venta a una firma alemana, que finalmente se echó atrás, supuestamente por la enorme conflictividad laboral que rodeaba a una empresa que entonces había despedido a unas cuantas decenas de trabajadores.

En 2016 se anunció la posible reapertura de la fábrica andaluza, aunque no se ha vuelto a oír nada del tema. De todas formas, es el cierre inicial de esta planta el que causó más problemas sindicales y políticos, que todavía siguen coleando.

De hecho, si Bilore hubiera aguantado algún año más, el posterior éxito de las entonces incipientes marcas blancas habría garantizado su futuro. Y eso que su denominación también tenía cierto reconocimiento en España gracias a las campañas de publicidad que desplegó la compañía incluso en televisión.

A nivel anecdótico, cabe recordar que Chimbo y Bilore estaban asociadas y habían montado una fábrica conjunta en un pueblo de Málaga. Otra curiosidad de esta compañía es que consiguió mantener un nombre euskérico en plena censura franquista e incluso su gerencia estuvo muchos años en manos femeninas, las hijas de José Arana, ya que sus hijos varones no estaban bien vistos políticamente por el régimen.

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