La decadencia de la meritocracia en Euskadi

Servidor era veinteañero, acababa de terminar los estudios universitarios y se disponía a buscar trabajo. La cosa estaba muy muy complicada. En plena crisis de principios de los noventa, todas las empresas habían dejado de contratar. Entonces leí en prensa que el futuro Guggenheim Bilbao había elegido como director de recursos humanos a un chavalín tres años mayor que yo, licenciado en sociología en Deusto (¡menuda cantera!) y con apenas tres años de experiencia profesional en la empresa de su suegro.


Se habían presentado 202 candidatos y el seleccionado fue él. Se llamaba Asier Atutxa, hijo del entonces consejero Juan María Atutxa. Hubo una investigación del Tribunal de Cuentas, que pidió a la agencia de selección que facilitara toda la documentación del proceso. Su respuesta fue: «Ya la hemos destruido». Era Campo & Ochandiano, que ahora se ha sabido que es la firma a la que más recurren las consejerías del PNV, especialmente cuando de contratar a amiguetes se trata.

Cuento esta historia porque la selección de la directora general del Museo Guggenheim Bilbao se encargó hace medio año a una agencia extranjera, Antonia Josten, probablemente para disimular. Ya vaticiné entonces el nombre de la elegida. No me cabía ninguna duda, puesto que los requerimientos del puesto estaban diseñados a su favor, euskera incluido aunque su predecesor desconocía este idioma. No se exigía carnet del PNV formalmente pero sí en la práctica.

¿Significa esto que Miren Arzalluz ha sido seleccionada a dedo? No necesariamente. Es una profesional con experiencia internacional, que habla varios idiomas y que ya ha gestionado dos museos anteriormente, aunque Enrique Portocarrero indica en El Correo que el que dirigía en París es comparativamente pequeño. Su principal atributo, el conocimiento de la idiosincrasia vasca, quizá no sea tan relevante en un edificio que se ha convertido en un icono internacional.

Creo que a la hija del ex presidente del PNV en el fondo le han hecho una faena. Si se hubieran puesto condiciones más abiertas a profesionales de todo el mundo y se hubieran hecho públicos los nombres de algunos de los candidatos, nadie dudaría ahora de su elección. Y si el partido que lo gobierna todo en Euskadi casi como si de un negocio familiar se tratara no hubiera colocado a dos personas sin estudios al frente del Palacio Euskalduna o de la viceconsejería de Migraciones y al primo de su presidente en la jefatura de la BBK quizás estos procesos de selección no despertarían tantas dudas.

El problema de fondo es que un país que no se administra de manera meritocrática tiende hacia la decadencia. Los buenos profesionales y emprendedores se marchan, el talento internacional se aleja, el sector privado se «especializa» en dorar la píldora al gobierno y se olvida de lo que realmente genera valor y las instituciones se convierten en mecanismos clientelares para dar trabajo al afín independientemente de sus capacidades. Como resultado de todo ello, la economía regional se va muriendo.

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