El eterno (y no resuelto) problema de los reclinadores de asientos en aviones y autobuses

Cada vez que me monto en un avión cuyos asientos no se pueden reclinar, respiro aliviado. Me concentro muy bien en aviones y autobuses y suelen resultar momentos de gran productividad y hasta creatividad. He de decir que mi ordenador habitual es un portátil muy pequeño, adaptado precisamente a estos viajes. De ahí que los usuarios que reclinan sus asientos me supongan un gran incordio.

Y el problema es que no hay normas claras al respecto, salvo la de que no se pueden echar para atrás durante el despegue y aterrizaje. Puedo entender que, por la noche, la gente recline sus asientos para dormir, pero no puedo soportar que lo hagan para tener más espacio a las 12 de la mañana, por poner una hora cualquiera.

¿Ese hueco que ganan es suyo o es mío? El tema tiene su miga, porque aerolíneas y compañías de autobús no se han atrevido a regularlo, salvo aquellas que directamente han eliminado la posibilidad de reclinar los asientos básicamente porque el espacio entre uno y otro es tan pequeño que no lo permitiría.

De ahí que del ingenio de un americano surgiera en su momento un aparatito capaz de impedir que el pasajero de delante se echara para atrás, el knee defender. Las aerolíneas, que parecen ser los únicos beneficiarios de esta mezcla de anarquía y ambigüedad, decidieron prohibir su uso, por lo que tampoco es una solución válida.

Todo queda por tanto en manos de la educación, ese bien tan preciado. En aviones suele abundar. En autobuses la mala suerte es más frecuente. Solo por eso merece la pena coger los Supra de Alsa, en los que hay mucho espacio y la mesa de trabajo depende de tu reposabrazos y no de lo que ocurra delante tuyo.

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