¿Cómo será el mundo post-coronavirus?

Nadie duda que la pandemia del coronavirus va a generar una recesión económica a corto plazo, consecuencia de un brutal descenso del consumo y de los ingresos, de la que terminaremos saliendo. Pero también empieza a estar claro que lo aprendido y experimentado en este periodo de «enfermedad» va a provocar algunos cambios relativamente importantes en la sociedad y en la empresa.

Los más importantes van a ser la reorganización de la producción a nivel mundial y la de las propias compañías para facilitar el trabajo independiente. El primero está relacionado con la enorme debilidad que están mostrando estos días las cadenas de valor internacional, cuya interrupción en un eslabón, especialmente el chino, está parando fábricas por medio mundo.

El segundo está más vinculado a las medidas de reclusión que se han tenido que tomar en muchos países para evitar la propagación del virus. Siguiendo el dicho de «no hay mal que por bien no venga», el recurso al teletrabajo ha exigido reorganizar el trabajo, buscar nuevas herramientas y redefinir procesos de una manera urgente pero que se puede reaprovechar en los tiempos buenos.

Depender de un solo país es algo que va a ser muy desaconsejable a partir de ahora, por lo que parte de la producción volverá a los países donde se consumen los productos finales. Al mismo tiempo, muchos países se han dado cuenta de la importancia estratégica que tiene seguir fabricando ciertos objetos que súbitamente devienen de primera necesidad, como los desinfectantes o las mascarillas.

Un ejemplo claro va a ser el de la industria de la moda, uno de los principales perjudicados por la crisis del coronavirus. La centralización de la producción en determinados países tenderá a desaparecer, en favor de la fabricación a la medida cerca del punto de consumo, mucho menos dependiente de la cadena de suministros.

En lo que a la reorganización interna de las empresas, consecuencia del recurso al teletrabajo, se refiere, los cambios van a ser mucho más profundos. La cultura presencial que todavía afecta a muchas compañías, por la inercia de estilos de dirección jerarquizados, ha demostrado ser inviable en estas situaciones.

Algo parecido ha sucedido con esa costumbre, relativamente reciente, de agrupar a todos los trabajadores en un solo punto, plasmada especialmente por BBVA y Santander en la construcción de sendas ciudades financieras en las afueras de Madrid. La crisis del coronavirus ha forzado la «destrucción» de esta concentración en favor de esquemas más distribuidos y, por tanto, con menos riesgos.

La empresa del futuro se parecerá más a una red como Internet, donde la destrucción de un eslabón no tiene ningún efecto al ser sustituida rápidamente por otro nodo. Con menos jerarquías y trabajadores teletrabajando de manera distribuida, las compañías tienen que organizarse mucho mejor y ser también más flexibles.

Y si aplicamos esto a la concepción urbana, los cambios van a ser también sustanciales, con una mayor tendencia a vivir lejos de las ciudades. Previamente hará falta, eso sí, que mejoremos la velocidad de las conexiones en las zonas más rurales y la disponibilidad de herramientas de e-learning, que están generando no pocas tensiones estos días al enviarse a los niños a sus casas.

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