Videntes africanos: maestros del Marketing

vidente¿Quién, paseando por las calles de nuestro entrañable y oficioso Bilbao, no ha recibido alguna vez de manos de un improvisado repartidor, normalmente subsahariano, una de esas papeletas con las credenciales y el teléfono móvil de un chamán africano que promete solucionar cualquier problema? Los magos en cuestión se presentan bajo diversos nombres: Profesor Sako, Maestro Dumbuya, Profesor Baba, Gran Brujo Malikí, a veces inesperadamente honestos en cuanto al resultado final de las consultas: Doctor Stafa.

No vamos a perder el tiempo analizando un fenómeno del cual han dado cuenta ya la prensa y los comunicados de la Policía: se trata de un fraude. El fenómeno tiene ya algunos años. Ya en 2008 el Correo Español informaba acerca de unos hechos rocambolescos protagonizados en nuestras calles por los videntes africanos y su incauta clientela. Nos interesa más el lado psicológico y mercadológico de la cuestión. Obviamente el poder curativo de esos videntes llega tan lejos como la capacidad de un inspector de Hacienda para hacer que te levantes de buen humor por las mañanas.

Algunos panolis, incapaces de sustraerse a la ideología de la corrección política que hoy día lo impregna todo, aseguran que estos sinvergüenzas se aprovechan del «enorme prestigio que la sabiduría exótica africana tiene en Europa». Idioteces de este calibre tienen la ventaja de ahorrarnos un juicio de calificación, puesto que ya lo hacen por sí mismas. Todos los expertos en comunicación están de acuerdo en que la fuerza del mensaje o la credibilidad -real o ilusoria- que se atribuye al emisor no importan tanto como la existencia de unas condiciones determinadas en el público. En otras palabras, no es que el estafador sea listo, como aquel legendario Viktor Lustig que vendió el Puente de Brooklyn y la Torre Eiffel (dos veces) a empresarios cegados por la codicia. Lo que sucede es que la gente está desesperada, triste, aburrida, llena de zozobra y de fantasías escapistas. Y de eso es de lo que los videntes africanos se aprovechan.

Sin embargo, hay algo más. Si por algún casual ha llegado a sus manos una de estas papeletas, mientras caminaban apresuradamente junto al Corte Inglés, de vuelta a sus trabajos después de la pausa del café, no la tiren. Léanla con atención, buscando entre líneas no lo que el santero les quiere robar, sino las razones que le han animado a emprender este mezquino pero lucrativo negocio. Y el motivo es que la sociedad vasca, al igual que el resto del planeta, anda muy necesitada de amor, trabajo, éxito en los negocios o más suerte en la vida. Padece dolores crónicos, está mal avenida con sus familiares, los maridos le ponen los cuernos, los vecindarios intrigan contra ella se ha enterado de que su hijo es homosexual o hay por medio algún pariente cercano con problemas de droga.

Reflexionen sobre esto: ¿cómo es posible que un individuo que hace dos días saltó la valla de Ceuta y acaba de llegar a Bilbao sepa más que nosotros mismos sobre lo que queremos en esta vida y dónde nos aprieta el zapato? La respuesta es más simple de lo que parece: no solo la necesidad estimula la capacidad de observación. Además, es un hecho comprobado que todas las personas se interesan por las mismas cosas, que son las que aparecen citadas en las papeletas de los videntes africanos. No debe perder de vista esto si tiene la intención de emprender un negocio o abrir una cafetería.

Lo sorprendente es que la población local, después de haber pasado seis años en una facultad de empresariales y cursado masters en Marketing, Comercio Exterior, Animación Sociocultural, Psicología de las Organizaciones, Community Manager y otras especialidades, no haya alcanzado ni de lejos el nivel de competencia mercadológica de un vidente africano. A día de hoy, y pese al ingente esfuerzo invertido en emprendimiento por las autoridades públicas, nuestro sistema educativo, en servil y mimética línea con la idiosincrasia de quienes lo dirigen, solo sigue produciendo mentalidades funcionariales. Pónganme a parir por esto, pero es la verdad.

Para el vasco el reto de convertirse en un buen vendedor está resultando una empresa mucho más dura de lo que habíamos previsto.

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