¿Sabremos algún día qué ocurrió con Amaya Egaña?

Van a pasar siete días desde que Amaya Egaña se arrojara desde el balcón de su casa antes de ser desahuciada y todavía no sabemos qué le había llevado a esa situación. Problemas económicos reales no eran, pues su sueldo superaba ampliamente los 650 euros que pagaba de hipoteca al mes. Tampoco se trataba de un aval a su hermano, como se publicó en El Mundo y se rumoreó desde el primer momento.


Lo cierto es que el caso les ha venido de perlas a los partidos políticos, hasta el punto de que durante la huelga de ayer las oficinas bancarias de varias ciudades españolas se llenaron de pintadas insultando a las entidades financieras. La crisis, de ser un problema de los que nos gobiernan, parece ser ahora el resultado de las canalladas de cajas y bancos. De ahí que muchos estén tratando de correr un tupido velo sobre el suicidio de Egaña.

Hasta el punto de que el secretario general del PSE de Bizkaia, José Antonio Pastor, me llamó «sinvergüenza» por decir en Twitter que este caso no tenía nada que ver con una situación de angustia económica. Cada vez tengo más claro que, al igual que ocurría en su momento con el terrorismo, los partidos están tratando de aprovechar para sus intereses algo prácticamente inevitable, como son los desahucios. Lo que no deja de ser un problema de mal gobierno se transforma así, a ojos de los ciudadanos, en un mal originado en la crueldad y en la falta de humanidad de los bancos, causantes de todos los males del mundo. Se desvía la atención. De manual de Maquiavelo.

Añado aquí que los medios de comunicación también están participando de este festín. No hay que olvidar que los suicidios eran hasta hace bien poco un tema tabú. No por casualidad sino precisamente para evitar que otros seres humanos se dejen arrastrar fácilmente por algo que puede resultar muy tentador para personas desesperadas por los mil problemas que ofrece la vida en nuestros días. ¿Por qué parecen ahora haber cambiado de opinión? Sospecho que nada está ocurriendo por casualidad.

¿Sabremos entonces qué ocurrió realmente con Amaya Egaña? Empiezo a pensar que no. Y eso que la verdad tiende a salir a la superficie y más aún en un país de cotillas como España. La columpiada de Casimiro García Abadillo y el rápido desmentido del hermano de la difunta parecen indicar que no se va poder sustituir lo desconocido con una mentira amañada. Pero las sospechas se dirigen ahora hacia un problema personal de Amaya Egaña, evidente por otra parte por la forma de gestionar y de «resolver» el tema. No me voy a hacer eco de lo que se rumorea, ahora con más fuerza, pero va por esa vía.

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