Soy optimista sobre la corrupción política

He querido tomarme unos días antes de escribir sobre la corrupción política, que es sin duda el asunto más caliente del comienzo de año. Quizás eso explica, junto con la abundante información que he ido recogiendo a lo largo de 15 años sobre las cloacas de la democracia, por qué veo todo este fenómeno con un relativo optimismo.


Mi interés por la corrupción nació en la universidad, donde sufrí en mis propias carnes un descarado enchufismo político. Creo que en ese momento, en tercero de carrera, empecé a perder la inocencia. Desde entonces, leo todo lo que encuentro sobre el tema y he ido creando una amplia base de datos de casos que explica en cierta medida la existencia de este blog.

Evidentemente, soy un indignado más. Me interesa mucho la política, y hasta me parece imprescindible, pero dudo que pueda dedicarme a ella mientras siga desprendiendo semejante olor fétido. Pero al mismo tiempo, he peinado ya suficientes canas como para poder valorar las cosas con la necesaria perspectiva que dan los años y la experiencia.

La política es sucia de por sí. Basta ver la película sobre Abraham Lincoln para ser consciente de que la corrupción es congénita a los procesos democráticos. Para mover voluntades hay que hacer mucha cocina y, a veces, hay que recurrir a las artes más maquiavélicas. Una buena causa lo justifica casi todo en política. Y estoy seguro de que los ciudadanos hasta lo aprobarían. Eso sí, a posteriori.

Eso explica por qué los partidos tienen un ejército de fontaneros (algunos de ellos conocidos como «tesoreros») que se dedican a conseguir las cosas. A veces de manera alegal o incluso ilegal. Y una parte importante de su trabajo consiste en obtener dinero para hacer campañas de marketing y abrir sedes para sus afiliados. Es eso que eufemísticamente se llama «financiación de los partidos».

Pero el mayor problema de la corrupción actual en España no es ése sino el del enriquecimiento personal. Cuando el fontanero ve pasar billetes de 500 euros y piensa que puede quedarse con algunos. O cuando el político enchufa a su hijo, a su nuera o a centenares de afiliados. O cuando deja que un promotor le venda un chalé a bajo precio. Eso no es financiación de los partidos sino de las personas.

Lo dice con toda claridad el ex ministro José Bono en su último libro: «Juan Guerra nos hizo mucho daño porque no es lo mismo quedarse con dinero que darlo al PSOE». Dicho de otra manera: financiar al partido con malas artes es tolerable pero no lo es aprovechar la política para enriquecerse personalmente. Al menos eso piensan todos los que se dedican a esa profesión.

¿Solucionarán los políticos este problema? Lo dudo mucho. Salvo casos muy concretos, cuando les preguntas por la corrupción, responden que no les conviene hablar de ese tema. Evidentemente, el corporativismo se lo impide. Si el de al lado se mancha, toda la clase política queda salpicada. Así lo ven.

Estoy convencido de que los profesionales de la democracia no resolverán nunca este problema. Seguirán tapando todo lo que puedan, coleccionando dossieres con los que amenazar al opositor y, llegado el caso, conmutando las penas de los condenados. Ha pasado y seguirá pasando. No les conviene cambiar ese sistema en el que ellos son la casta privilegiada.

¿Entonces por qué soy optimista? Porque, visto todo en perspectiva, vamos a mejor. Gracias, evidentemente, a la evolución tecnológica. Hoy estamos escandalizados porque sabemos algunas cosas que han pasado. Hace diez años igual no lo estábamos tanto pero lo que ocurría era lo mismo o incluso peor.

En este momento, lo que necesitamos es información, saber qué ocurre, incluso un poquito de indignación colectiva nos viene muy bien. Así se abrirán debates ciudadanos sobre el tema y los políticos podrán ver que algunas cosas que antes eran tolerables ya no lo son. Podrán entender que no se puede financiar a cualquier precio, que hay umbrales que no se deben sobrepasar.

En España se ha enchufado a discreción y con cierto permiso público. Eso ya no es así. Nuestra moralidad ciudadana evoluciona (a mejor) a medida que tenemos más información y, por qué no, que vemos que las sociedades más desarrolladas son las que menos corrupción padecen. Y ese es el primer paso para cambiar las leyes, para eliminar la posibilidad del indulto (que no deja de ser un enorme anacronismo, tan antiguo como el que limita las votaciones a una vez cada cuatro años) y para someter a público escarnio al mangante.

Esta última pena es, por cierto, una de las que mejor resultan, especialmente en zonas pequeñas. Que se lo pregunten si no a Gabriel Urralburu, ex presidente de Navarra condenado a 11 años de cárcel por cobrar comisiones ilegales, que tuvo que mudarse de Pamplona a Madrid para evitar las miradas y comentarios constantes que causaba su presencia. Conseguir que el corrupto tenga que esconderse (o emigrar) es un éxito de una sociedad. Y las redes sociales van a ayudar a que este proceso se acentúe.

Soy optimista. Creo que el mundo tiende a auto-organizarse gracias a una fuerza invisible. Nuestra cultura mediterránea ha favorecido la corrupción, pero también es verdad que nuestra sociedad es hoy mucho más limpia, justa y equitativa que hace 20 años. Y por eso estoy convencido de que algún día, tecnología mediante, llegaremos a ser como Suecia.

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