¿Qué fue de la burbuja Startup?

Este era un debate que a comienzos del año pasado hacía furor, y del que ahora nadie se acuerda. Probablemente la burbuja no estaba en el ecosistema emprendedor, sino en el propio debate acerca de la burbuja, que suscitó pareceres enfrentados sobre la base de unas argumentaciones que siguen teniendo su interés, pero que, como muchas otras polémicas económicas, al final han resultado poco representativas de una realidad compleja que se resiste a dejarse clasificar por enfoques teóricos y neuras de los líderes de opinión. No hace falta recordar que uno de los factores de la burbuja era el recuerdo del tristemente célebre crak de las Puntocom de hace ya dos décadas -¡cómo pasa el tiempo!-. En España, su principal profeta era y sigue siendo, aunque hoy de una forma menos dogmática y más fiada a futuro, el inversor profesional Luis Martín Cabiedes, muy conocido en el ecosistema emprendedor y autor de varios libros de éxito. Veamos sus argumentos porque tenían su peso.

En primer lugar, a finales de 2016 y comienzos de 2017 se observaba un importante incremento en las valoraciones premoney de los proyectos. Esto atrajo a numerosos inversores privados y corporativos, que competían por entrar en todo tipo de ideas (venta de ropa por Internet, empresas Fintech, imitaciones de Airbnb y Uber, etc.). Como resultado de lo anterior se produjo una ampliación de la oferta de proyectos de inversión, intensificada por la actividad de fondos corporativos, el interés de las administraciones públicas y la aparición masiva de nuevas aceleradoras en todo el territorio peninsular… A la vista de una dinámica de realimentación como esta, la formación de una burbuja y el estallido de la misma se anunciaban como algo inevitable.

¿Por qué no se llegó a la debacle? Esta es una pregunta que los opositores de Cabiedes -inversores privados, business angels y empresarios de capital riesgo-solo han conseguido responder mediante argumentos difusos basados en su experiencia profesional y el sentido comun. En primer lugar, la dinámica de una burbuja funciona a las mil maravillas cuando se trata de los grandes mercados financieros. Invertir en bolsa es fácil y rápido: lo puede hacer hasta un limpiabotas llamando por teléfono a su broker. Pero colocar capital en una startup es un proceso mucho más complejo: hay que desarrollar equipos, constituir sociedades, hacer rondas de financiación, firmar term sheets y contratos, etc. Con esos niveles de fricción organizativa y burocrática no se puede esperar que los efectos realimentadores de una burbuja funcionen de la misma manera que en las grandes crisis del 29 o del 2008, ni siquiera en la de las Puntocom del 2000-2001, que afectó -no se olvide- a empresas cotizadas en bolsa.

Además el volumen de inversión en startups españoles, que por la época en que Cabiedes formulaba su pronóstico pesimista oscilaba en torno a los 500 – 600 millones de euros, no era -ni es a día de hoy- lo suficientemente grande como para traer consigo los efectos devastadores que normalmente asociamos al reventón de las burbujas. Las cantidades que se dedican a financiar proyectos de la Nueva Economía en países como Alemania o la Gran Bretaña son por lo menos diez veces mayores. Por consiguiente, incluso de llegar a existir una burbuja en los términos descritos por Cabiedes, los efectos sobre la economía serían despreciables. Nadie se enteraría del reventón.

En la actualidad, la histeria en torno a la burbuja está dejando paso a planteamientos más ponderados y realistas de los problemas que afectan al ecosistema español de startups. Dichos problemas siguen siendo los mismos que existían hace años: ausencia de una cultura emprendedora, falta de buenas ideas, exceso de burocracia en la constitución de empresas, etc. Aparte de esto, aparecen otros nuevos, como la necesidad de adoptar enfoques verticales y B2B en aquellas zonas que por su menor volumen poblacional -como por ejemplo Bilbao- no resulten idoneas para constituir ecosistemas generalistas como los de las superpobladas Barcelona y Madrid.

En resumen, los problemas del ecosistema startup español se han de buscar en cuestiones de tejas abajo: profesionalización, especialización sectorial y regional, menos venta de humo, más innovación y, probablemente, el cierre de unas cuantas aceleradoras que no aportan valor. Pero la amenaza de una burbuja financiera y un reventón al estilo clásico de los tulipanes holandeses de 1634 o el ladrillo español posterior a 2007 es tan remota que nadie debería perder ya ni un solo minuto de su valioso tiempo tomándola en serio.

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