¿Por qué fracasó el proyecto Hiriko?

La sentencia de Hiriko aporta múltiples datos que permiten trazar con detalle la evolución completa del proyecto e incluso detectar posibles errores de los que aprender. El fallo también detalla las múltiples cualidades de una iniciativa empresarial que lamentablemente no pudo llegar siquiera al mercado por falta de financiación.


Una de las claves ahora conocidas es que el fabricante de componentes de automóvil CIE Automotive abandonó el proyecto al poco de nacer por las dudas que le planteaban ciertas actuaciones de los gestores. Todo parece indicar que la ejecución no fue modélica, si bien es cierto que coordinar a tantas empresas como se juntaron en torno a Hiriko es una labor titánica.

Faltó un liderazgo continuado, especialmente en el lado técnico, labor que se fue subcontratando progresivamente a ingenierías externas como Epsilon y Etud Ibérica. Las empresas que colaboraban en determinadas piezas, como Sapa, Maser o BRW, tuvieron también múltiples confrontaciones que no hicieron sino complicar toda la operación.

Otro error ya conocido fue la absoluta dependencia de subvenciones públicas que un día se dieron y al siguiente, tras la derrota de Zapatero, se querían retirar. Como los empresarios apenas pusieron dinero, el proyecto dependía fundamentalmente de los fondos de Madrid y Vitoria-Gasteiz, lo que explica su abandono prematuro.

Quizás por usar ese dinero ajeno (y fácil), los gestores de Hiriko estuvieron durante mucho tiempo relativamente alejados de la realidad, construyendo un prototipo prácticamente imposible. Solo cuando entra en el proyecto un auténtico experto en automoción, el ex presidente de Mercedes Benz en España Armando Gaspar, se giran los esfuerzos hacia lo que era verdaderamente factible. Pero ya era tarde.

El proyecto respondió a una idea brillante, que el juez describe con todo lujo de detalles. Había sido concebido en el MIT de Boston, donde lo descubrió el equipo de Carlos Fernández Isoird, el auténtico líder de la asociación pro-innovación Denokinn, que decidió mover hilos en Euskadi para traer el proyecto a su casa. Sus contactos con el PNV jugaron un papel fundamental.

Hiriko aspiraba a desarrollar un «nuevo concepto de movilidad urbana sostenible», por lo que era «algo más» que un coche eléctrico, tenía un espíritu propio, y se ensamblaría en concesionarios a partir de siete módulos fabricados previamente. Entre otras singularidades, incluía un chasis plegable, un volante con forma de joy stick, tracción y suspensión integradas en las ruedas o un sistema de vidrios capaces de captar energía.

Según los diseños iniciales, los 40.000 componentes que tiene un vehículo convencional se reducirían en el Hiriko a apenas 4.000. Convertirlo en algo real que pudiera ser homologado para circular por las calles es lo que se trató de hacer en Vitoria-Gasteiz con la colaboración de centros tecnológicos y empresas. Y no se consiguió. ¿Fracasó la tecnología vasca? Lo cierto es que no hubo tiempo y el esfuerzo conjunto no se gestionó con la debida profesionalidad.

Por si fuera poco, unido a lo anterior, se había concebido una idea de innovación social que incluía franquicias de pago por uso (el Car2Go está en la práctica copiado de este modelo) y de producción final en plantas repartidas por el mundo. «Del proyecto Hiriko resultaban importantes retos no solo tecnológicos, también económicos, comerciales, sociales, y desde luego, de gestión», concluye la sentencia.

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