La irrupción del hacking político y sus consecuencias sobre el sistema democrático

En el año 2008 un desconocido pseudo-cantante friki conocido como Chikilicuatre se convertía en el representante de España en el concurso de Eurovisión. No lo consiguió por la calidad de su música ni por su capacidad de innovación para seducir a los diversos jurados internacionales. Tampoco tenía padrinos entre los mandatarios de TVE. La única razón por la que accedió a semejante honor fue que un grupo de chavales gamberros, unidos a través de la red social más castiza, Forocoches, habían conseguido hackear las votaciones.


No les hizo falta manipular ningún programa informático, que es lo que hasta entonces se conocía como hacking. Tan solo tuvieron que coordinarse entre sí para que todos votaran masivamente por Chikilicuatre, dejando fuera al que, en otras condiciones, habría sido el ganador. Esta inocentada, que se saldó con un clamoroso fracaso de la candidatura española, no mayor por otra parte que el que generalmente obtenía el representante patrio, forzó a TVE a cambiar las condiciones de este tipo de votaciones en años sucesivos. A partir de entonces, la democracia estaría sometida a un consejo de notables que podrían siempre hacer lo que creyeran más conveniente.

Curiosamente, esto ya sucedía en los grupos de discusión Newsgroups desde el siglo pasado y, sobre todo, en la enciclopedia Wikipedia prácticamente desde sus inicios, a principios de siglo. Cada vez que se abre algún tipo de controversia, es preciso votar y solo pueden hacerlo aquellos que reúnen unas determinadas condiciones de participación activa, los notables. Se requieren, además, unas mayorías cualificadas para tomar determinado tipo de decisiones. Y lo que es más llamativo: poca gente conoce que existe un consejo de reyes de la Wikipedia que pueden echar atrás cualquier decisión, por muy democrática que sea. Es cierto, eso sí, que lo han hecho muy pocas veces, en circunstancias excepcionales en que creían conveniente proteger una serie de valores.

Pero el hacking político no se quedó en la anécdota de Chikilicuatre. A medida que las redes sociales se han ido haciendo más populares, su capacidad para extender primero inocentes memes y, con el tiempo, para transformar procesos electorales ha ido creciendo en importancia. Líderes como el italiano Beppe Grillo o el español Pablo Iglesias han nacido y crecido en los Facebook o Twitter, con ayuda importante de la televisión. Y en EE.UU. se ha producido el caso hasta ahora más importante, el de Donald Trump, aupado a la presidencia con la venia de millones de tuiteros que aplaudían sus gritos virtuales y usuarios de Facebook que compartían las mentiras que le favorecían.

A Trump le ha ayudado una cuadrilla de chavales macedonios (del país Macedonia) que crearon webs como USAPolitics.co para inventarse noticias que favorecían al líder republicano. Pero también ha recibido un enorme apoyo de foros online como 4Chan, una especie de Forocoches en versión americana que nació para compartir imágenes de anime y hoy es un espacio de expresión de todo tipo de radicalidades, incluidas las políticas.

Es más o menos evidente que la jefatura del país más poderoso del mundo ha sido hackeada por lo que el politólogo Antoni Gutiérrez-Rubi define como «un troll». Habría que añadir que las propias redes sociales no han sido nada inocentes en este proceso, en cuanto han hecho la vista gorda, facilitando de esta manera la propagación de noticias poco veraces que favorecían unas veces a Hillary Clinton y muchas veces a su rival. Y como los seres humanos tendemos a seguir lo que dice y piensa la corriente y ese flujo es fácil de dirigir en una determinada dirección mediante programas informáticos que se hacen pasar por usuarios de la Red, los conocidos bots, somos manipulables con una enorme facilidad. Dicho de otra manera: el sistema democrático ha sido hackeado por alguien que ahora tiene poder suficiente como para transformarlo hacia otra cosa distinta.

Si TVE corrigió las condiciones de sus votaciones para Eurovisión, ¿sería conveniente modificar ahora las reglas de los procesos electorales más importantes? Lo cierto es que la mayor parte de las democracias ya tienen establecidos contrapesos que modulan la acumulación de excesivo poder en lo que resulta de unos comicios. Por una parte están los propios partidos políticos, estructuras que por una parte matizan la democracia directa pero por otra parte impiden, al menos en Europa, que un «outsider» pueda aspirar de la noche a la mañana a gobernar un país. Por otra parte está la ya bicentenaria separación de poderes, que facilita el control del Ejecutivo por el Legislativo y el Judicial y viceversa.

Pero la realidad siempre supera a la ficción y el caso de Trump debería ponernos en alerta y empezar a replantear el funcionamiento de unas elecciones que fueron diseñadas cuando Mark Zuckerberg ni siquiera había nacido. Las redes sociales ya están poniendo medidas para tapar, de motu propio y con sus propios criterios, las supuestas noticias falsas, una operación que a mí me da más miedo que alivio. Pero ¿no deberíamos empezar a pensar en cambios sobre el ya histórico un hombre (o mujer) igual a un voto? ¿No deberíamos reconocer formalmente que hay personas que, por su nivel de información e implicación, tienen un mayor conocimiento de quién puede hacerlo mejor si se convierte en presidente? Son preguntas para las que no tengo una respuesta clara pero que sí tengo claro que tenemos que debatir públicamente lo antes posible.

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