El inmenso poder (político) de Twitter: los casos Trump y Puigdemont

Cuenta en su blog Koldo Mediavilla, uno de los hombres más cercanos al actual lehendakari, que Carles Puigdemont rompió en el último momento la «Vía Urkullu» y no convocó elecciones por culpa de un tuit del diputado de ERC Gabriel Rufián. Esta muestra del inmenso poder de Twitter, al menos en la política, se une a los informes que indican que Trump ganó las elecciones americanas gracias a los votos de última hora que le aportaron los indecisos convencidos en gran medida con la postverdad difundida vía publicidad en redes sociales.


¿Es para tanto? Mucho me temo que sí. Por su uso de las estadísticas de seguidores, Twitter se ha convertido en un juego constante de popularidad para unos políticos y en una especie de oráculo de consulta democrática para todos los demás. No hay más que ver los datos de las cuentas de los principales líderes del independentismo para confirmar que sus guarismos se han multiplicado desde el día del referéndum.

Por no hablar del hecho de que Junqueras haya utilizado uno de sus comodines telefónicos para publicar un tuit dirigido a su parroquia, un recurso que ya utilizaba en su día el ex preso Arnaldo Otegi con la ayuda de su hijo. Twitter es, en fin, no solo un instrumento de comunicación política, tanto para fieles como para potenciales votantes, sino también una especie de encuesta permanente que indica qué posicionamiento debe adoptar el candidato. ¡Una locura!

Lo reconoce Josep Antoni Duran en una columna de La Vanguardia en la que, además de corroborar que fueron las redes sociales las que cambiaron la opinión de Puigdemont, advierte que la sociedad no está necesariamente representada en los tuits. A su juicio, la prudencia y la mesura deberían priorizarse en las decisiones políticas por encima de lo que digan unos u otros influencers. «El vértigo le retractó del único acto sensato de los últimos tiempos», añade Duran.

¿Y qué decir de unos Estados Unidos donde su todopoderoso presidente vive a golpe de tuit? Su obsesión por los titulares de 140 caracteres puede haberle ayudado a ganar las elecciones frente a una candidata incapaz de conectar con los votantes, pero está destruyendo día a día su imagen y también la de la institución que representa. Creo en las redes sociales, pero la tuiterización de la política se está saliendo de madre. Pido más reflexión y menos inmediatez.

Advertencia: tengo algunas acciones de Twitter, que por otra parte han sido hasta ahora un mal negocio.

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